La crisis económica es, con mucho, la más citada en nuestro país, sobre ella se escriben diariamente ríos de tinta, nos aturden con cháchara seudoeconómica e ingrávidos argumentos, esgrimidos sólo para desacreditar al oponente político, según la bandería del tertuliano, periodista o técnico de turno. Bandos que podemos acotar: los que apoya con entusiasmo la causa la del Gobierno (si puede llamarse así a la improvisación, contradicciones y desorientación de que hace ostentación el equipo PSOE-UP), y los que sostienen al PP, cuya política económica es más conservadora que las propias recetas neoliberales.
Es desolador que no haya habido, ni hay, en el plano político, análisis serios y rigurosos, ajustados a las peculiaridades del modelo español de crecimiento y a los posibles cambios que habría que realizar en el mismo, que requieren, en todo caso, tiempo, esfuerzo, consenso básico y financiación.
Creer, como hace el Gobierno, que sólo hay que esperar la inminente recuperación económica de las grandes potencias y reorientar la economía para que sea sostenible o como manifiesta el PP, que todo se arregla con reformas, que no dejan de ser: recortes a los salarios reales, reducción del coste del despido y disminución del peso del Estado y del gasto público.Cuando es sabido que, independientemente de que haya empresas españolas con éxito por todo el mundo, la estructura económica de España es más débil y vulnerable que la de los países de nuestro entorno.
- La agricultura está en declive y sometida a una política reguladora europea que impone limitaciones insuperables. El mundo agrario exploto hace sólo unos mese
- Carecemos de recursos naturales básicos. No poseemos recursos energéticos, tenemos escasez de petróleo, hierro, etc.
- El sector industrial está muy disminuido y es poco competitivo.
- Los servicios en que nos hemos especializado son de escaso valor añadido, con lo que la productividad española es, por fuerza, muy inferior a la de las potencias económicas de primer orden.
- La construcción ya ha alcanzado su techo y su hipertrofia ha causado sus peores efectos.
- El sector financiero está seriamente “tocado”.
- La pertenencia a la zona euro limita cualquier iniciativa de política monetaria y sobre las exportaciones.
- El turismo, nuestra principal industria, puede colapsar por su propio éxito.
- El sector público, sobre el que podrían instrumentarse políticas de estímulo de demanda, está lastrado por el déficit y su necesidad de financiación.
La vulnerabilidad estructural de nuestra economía y la penosísima situación actual, parecen aconsejar un acuerdo básico de todos los agentes políticos, económicos y sociales con el objeto de acometer las grandes transformaciones precisas. Este acuerdo tendría que ir mucho más allá de los periódicos y rituales acuerdos entre empresarios y sindicatos
El Gobierno de España ha remitido a la U.E. un análisis de la
situación económica: caída previsible del 9,2% del PIB en el conjunto del 2020;
rebote del 6,8% para el año siguiente; déficit previsto del 10,3% del PIB ;
aumento del endeudamiento hasta el 120% del PIB; necesidad de contar con el apoyo de la U.E. en
estos meses venideros. Están hablando de que de la depresión económica en la
que acabamos de entrar tardaremos al menos dos años en recuperarnos y en volver
a discurrir por la senda del crecimiento. Dos años perdidos para el nivel de
bienestar del país, que debería obligar a
pensar en el impacto sobre algunas de nuestras principales actividades
económicas y sobre sus principales variables estratégicas que en el pasado han
logrado situar a la economía española en la cabeza del crecimiento económico
europeo.
Es urgente el consenso básico sobre: la configuración de las instituciones rectoras y reguladoras de la economía; sobre la estructuración de los sectores estratégicos, dentro del marco de lo permitido por las autoridades europeas; sobre la dimensión y actuación del sector público; sobre los servicios sociales que han de cubrirse; sobre el control de las políticas públicas; sobre el diseño del sistema fiscal; sobre las políticas de ajuste necesarias; sobre el coste que han de pagar por ello los distintos sectores sociales; etc., etc.
La dificultad propia de perfilar un modelo económico robusto que permitiera un “posicionamiento” estable en el concierto económico de las potencias actuales, se agrava por la distancia entre las estrategias miopes y sectarias de los principales partidos, encastillados en posturas excluyentes e irreconciliables.
Es en este punto donde se echa más en falta la aportación de una fuerza política republicana, un movimiento que introdujese la noción de interés común, de comunidad, de progreso social, que fijase sus miras más a largo plazo que en la inmediatez de unas elecciones.
S&R
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