España y el futuro: La crisis de la Jefatura del Estado.
Dejo de
lado la anomalía democrática que por su origen supone la Monarquía en nuestro
país.
La figura
del Rey, al margen de cualquier responsabilidad y cuyos actos han de ser
refrendados, necesariamente por el Gobierno, convierte a la Jefatura del Estado
en estéril. Es un hecho que el Rey no
puede actuar políticamente al margen del Gobierno, si así lo hiciera, estaríamos
ante un supuesto claramente impugnable por anticonstitucional. Y si sus
actuaciones han de desarrollarse según el dictado del Gobierno, el Rey sobra.
En rigor,
puede decirse que el Rey ocupa, anulándolo, un espacio esencial del Estado y no
nos podemos permitir, nunca y mucho menos en situaciones como la actual, el
lujo de carecer de Jefe de Estado. Ese espacio debería ser ocupado por un Jefe
del Estado -ante todo, elegido democráticamente-, con poderes efectivos tasados
y determinados en la Constitución, que pudiera, en su caso, tomar medidas
adecuadas para resolver situaciones críticas cuando la propia supervivencia
del Estado y/o sus instituciones estuvieran en cuestión.
La
posición que tiene el Rey, constitucionalmente en nuestro país, no es la más adecuada
para garantizar ni la cohesión, ni para servir de arbitro entre las instituciones
del Estado, ni para resolver ningún supuesto de inquietud constitucional.
Mi juicio,
como republicano, es que todas las instituciones, todas, son instrumentales y
han de estar al servicio de los ciudadanos, no al contrario. Y si cualquier institución del estado se
demuestra disfuncional, inoperante o nula, debe cambiarse o suprimirse.
Las
instituciones no han de ser permanentes, ni han de imponerse a sucesivas
generaciones, han de estar siempre y en todo momento, sometidas a los
imperativos del bien común, y si éste requiere nuevas instituciones, se han de
establecer sin demoras, arrumbando sin demasiadas contemplaciones las antiguas,
bien entendido que dicho bien común ha de manifestarse o expresarse
inequívocamente de modo democrático.
La
República, en la más pura lógica democrática, se muestra como la única
alternativa viable ante esta anomalía.
S&R
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