domingo, noviembre 02, 2008

Manuel Azaña, jefe de Gobierno y presidente de la Republica


El correo de un amigo, al que adjunta dos fotos del monolito que se ha colocado en la tumba de D. Manuel Azaña, me hace caer en la cuenta que la modorra veraniega, este año, se ha prolongado demasiado. Me consuelo y engaño, pensando que son tantos y tan grandes los disparates y desafueros políticos y sociales, a todos los niveles -internacional, nacional, regional y local- que abrumados por su número y condición, era mejor callar.

Un año más llega noviembre, y con él, el aniversario de la muerte de D. Manuel Azaña. Un año más, en el que el gobierno de España mira para otro lado, olvidándose del respeto que el Estado debe a quien fuera cinco veces presidente del Consejo de Ministros, y presidente de la República. Las técnicas de desprestigio, iguales hoy como ayer, ridiculizan a personas e instituciones, utilizadas por “amigos” y enemigos, nos lo presentan como un masón, cobarde, cansado, desmoralizado, …, sin que sirvan para nada las evidencias de:

  • Su liderazgo, hasta febrero de 1936, de las fuerzas republicanas progresistas. Fue personalmente responsable, a pesar de la dispersión, desmoralización y hostilidad reciproca de los partidos de izquierdas y los sindicatos desde la revolución de 1934, del pacto electoral de las izquierdas.
  • Tras las elecciones recibió con aplomo y responsabilidad la jefatura del Gobierno ante la precipitada renuncia de Portela Valladares.
  • Impuso a sus correligionarios y adversarios su elección para la presidencia de la Republica, en la confianza de poder llevar a Prieto a la jefatura del Consejo y de esta manera ampliar las bases del gobierno con la incorporación de los socialistas, como reconoció ante el embajador francés, que no puedo ser por la división de los propios socialistas.

Son muchos los que limitan su función al frete de la República, desde julio de 1936, de puramente testimonial, irrelevante desde la formación del gobierno Largo Caballero y cautiva desde que Negrín asumió la presidencia del Consejo. Pero D. Manuel Azaña no fue un político paralizado por el miedo, si no por la desolación, decidido a una renuncia para la que no le faltaban motivos morales y políticos, que no materializó hasta febrero de 1939, por lealtad a la República o en palabras de Prieto:

–Usted no puede dimitir.

-¿Por qué?

-Porque su dimisión lo desmoronaría todo; porque usted personifica la República que respetan los países no aliados de Franco.

-¿Qué debo hacer?

-Resignarse.


Y se resigno:

  • El día de la matanza de la cárcel Modelo, ante la muerte de viejos correligionarios y amigos, comprobó que la crueldad y la cobarde venganza eran parte integrante de su propio campo.
  • Con lo ocurrido en la República como respuesta a la rebelión militar, que definía como impotencia para reemplazar un orden antiguo por un nuevo orden revolucionario; lo que para unos era revolución para él sólo era “abundancia de desorden”, nunca echo en cara a los revolucionarios que lo fueran, sino que fueran incapaces de llevar a término la revolución.
  • Cuando le comunicaron la salida del oro del Banco de España a Rusia.
  • Cuando Negrín obligó a Prieto a dimitir como ministro de Defensa, recortándole su prerrogativa constitucional para resolver la crisis según su criterio.
  • Y en otras muchas ocasiones, no sólo políticas.

Y se quedo, libremente, por cumplir un deber moral –"Me aguanto, dice a Negrín en abril de 1938, por el sacrificio de los combatientes, lo único respetable". Se quedo, a pesar de que se consideraba “ … desde el 18 de julio de 1936 soy un valor político amortizado; desde noviembre de del 36 un presidente desposeído”; nada más ajeno a la realidad, sin Azaña la República se habría desmoronado en el verano de 1936, ya que nadie habría sido aceptado por los sindicatos para ocupar su vacante, tampoco les habría importado ya que en aquellas primeras semanas no combatían por la República sino por la revolución; puede decirse que fue un valor imprescindible, y en ocasiones, pocas, muy activo en la defensa del poder legítimo de la República.

Sirvan estas palabras de recuerdo a la memoria de Plutarco, en el aniversario de su muerte.

S&R


Hasta cuando Zapatero sacará a su abuelo del arcón, para disfrazar su animosidad y desprecio por el sistema republicano.

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